Wednesday, March 25, 2009

Y ahora la realidad


Por Geovani Galeas - Escritor y Director de Centroamerica 21
Más allá de las definiciones académicas, la sabiduría popular ha dictaminado que la política puede definirse por dos conceptos complementarios: para el triunfador debe ser el arte de no marearse al subirse en un ladrillo, mientras que para el perdedor debe ser el arte de tragar sapos sin arrugar la cara.

Debate interno entre revolución o reforma por un lado, riesgo de desbandada o buena oportunidad para una completa reunificación por el otro. El resultado electoral ha dibujado un nuevo mapa de retos, dificultades y potencialidades para la izquierda y para la derecha. De la manera en que ambas fuerzas respondan a esas situaciones dependerá en gran medida la suerte del país. La sociedad civil cumplió de manera impecable su tarea, ahora le corresponde a la clase política ponerse a la altura de ese ejemplo.

En cierto sentido la política también es un espectáculo que puede elevarse a la dignidad del drama o rebajarse a la chacotería del sainete. Eso depende de la calidad de los actores. Si se trata de un sainete la respuesta del público será el abucheo o en el mejor de los casos la carcajada. Ambas reacciones son primitivas y no dejan huella profunda en el espíritu. Si se trata de un drama, el público sentirá felicidad o angustia, pero en uno u otro caso premiarán a los actores con un sincero y prolongado aplauso.

Entre nosotros, el acto de la competencia electoral rozó a menudo la frontera del sainete, pero en la escena final los actores sacaron la casta ante un público tenso que, por momentos, llegó a sentir que más bien presenciaba una farsa peligrosa que podía concluir con el incendio del teatro. En el desenlace hubo felicidad para unos y angustia para otros, pero todos ofrecieron una ovación cerrada. Solo que resulta que en esta obra el público es en realidad el actor principal, y esa ovación es también merecidamente para sí mismo.

El espectáculo ha terminado y ahora debemos salir todos hacia la realidad, ahí donde concluye el imperio de las palabras y comienza la vigencia de los hechos. Y el gran hecho contemporáneo, muy por encima de las ideologías y de los vituperios y los halagos, es la crisis económica global, que no puede ser enfrentada por un partido sino por la nación entera. Pero esto exige diálogo y consenso so pena del desastre.

La impresión general, surgida de las primeras y las sucesivas señales enviadas prácticamente desde todos los sectores involucrados, hacen creer que ese imperativo ha sido comprendido. Hay en ello una expresión de buena voluntad entre las partes, es cierto, pero sobre todo una correcta interpretación inicial del estado y la correlación de las fuerzas. En última instancia son estos dos factores los que determinarán el porvenir.

Ganó el FMLN, un partido revolucionario y socialista cuya brújula apunta explícitamente hacia Venezuela, pero el presidente electo es Mauricio Funes, que ha expresado su opción por el reformismo y en consecuencia prefiere viajar a Brasil. Perdió ARENA, después del desgaste que suponen cuatro gestiones presidenciales consecutivas, pero solo fue aventajado en términos porcentuales por apenas dos puntos y medio. No obstante, y como es natural, la derrota desalienta y divide.

En esas circunstancias, para que el diálogo y el consenso sean efectivos, es necesario que la izquierda resuelva en franco debate su disyuntiva entre revolución y reforma; así como es preciso que la derecha supere el trauma del fracaso, y que por la vía del sinceramiento autocrítico encuentre el camino hacia su unidad y refortalecimiento. Es verdad que ninguno de esos desafíos es superable sin grandes dificultades, pero nuestra historia reciente registra importantes antecedentes que muy bien pueden alentar un prudente optimismo.

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