Friday, March 13, 2009

Al fin llegó el día

Escrito por David Escobar Galindo/ Columnista de LA PRENSA GRÁFICA

Cuando algo se prolonga más de la cuenta, tiende a surgir de pronto la sensación de que siempre falta mucho para que llegue el momento del desenlace. Eso sucedió con la campaña electoral que acabamos de vivir —o de padecer, como podría decir algún inconforme menos prudente—. Visto el fenómeno con ojo retrovisor, uno tiene la fácil impresión de que los contendientes —partidos y candidatos— se arroparon cada vez más con una frase que bien podía haber sido ésta: queda tiempo suficiente para ver qué pasa. Ésa, por supuesto, es la mejor receta de la imprecisión. Si se hace un esfuerzo concienzudo, es posible, desde luego, lograr síntesis explicativas de lo que se dijo y de lo que se quiso decir; aunque lo esperable hubiera sido que no se necesitara de ningún esfuerzo concienzudo para tener claridad sobre las actitudes y los mensajes. Pero bien, eso tuvimos y con eso llegamos al umbral del día señalado, en el que al fin nos encontramos.

Las urnas se abrirán en unas horas, la ciudadanía acudirá a depositar su voluntad en ellas y poco después se oirá la voz de las urnas. Cuando esto último ocurra, será momento de calibrar una de las líneas maestras del futuro inmediato: la de la aceptación real de la lógica democrática en circunstancias especialmente dramáticas. Durante la trabajosa campaña electoral, el protagonismo lo tuvieron los contendientes; la ciudadanía era más bien sujeto pasivo y paciente. Pero ahora a los contendientes les toca callar y a los ciudadanos pronunciarse. Al darse a conocer los resultados, aunque las reacciones de los contendientes vuelvan a hacerse presentes, la suerte de la realidad no podrán controlarla como han hecho con la campaña. La obligación de los contendientes consiste en reconocer el resultado legítimo de las urnas; el rol de la ciudadanía consiste en acompañar y apoyar responsablemente tal reconocimiento.

Hasta la fecha, a lo largo de todo el proceso democrático, la ciudadanía nunca ha dejado de dar el buen ejemplo de la compostura y de la sensatez. De los actores políticos no podría decirse lo mismo, y ésa es, sin duda, la deuda más importante que ha dejado de honrar la llamada “clase política”. Y hay que subrayar que las ansiedades que afloraron durante la campaña se referían al comportamiento de la “clase política”, y en ningún momento al comportamiento de la ciudadanía. Esto es digno de la máxima atención, aunque parezca que pasa inadvertido, porque el proceso estaría realmente en riesgo fundamental si los temores sobre insensatez, malicia o irresponsabilidad recayeran en el comportamiento de la ciudadanía.

Si del domingo en adelante se mantiene la normalidad y todos actúan como deben actuar, el proceso nacional recibirá todos los parabienes. Confiamos en que así será. En todo caso, lo más productivo de lo que se ha dado en esta dilatada coyuntura electoral es la buena cosecha de lecciones. No hay duda de que después del domingo nadie volverá a ser el mismo que era o que creía ser, y específicamente en el ámbito de la política, que viene de ser un cenáculo inaccesible, pasó a ser una exclusiva tertulia más o menos conflictiva y ahora está en vías de ser un campo de experimentación al aire libre. Que esto prospere.

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