Por Paolo Luers - Periodista y Editor del Blog Siguiente Pagina
Cuando el presidente electo mandó a callar al coordinador de su programa de gobierno y miembro de su equipo de gobierno, el diputado Gerson Martínez, en un inusual desplegado de prensa, hubo varias reacciones:
Algunos aplaudieron, porque estaban preocupados por el asunto de la discordia, el compromiso del nuevo gobierno de honorar sus compromisos financieros. Gerson Martínez había anunciado que el nuevo gobierno buscará una renegociación de la deuda externa, y Funes aclaró que no hay tales planes.
Otros aplaudieron simplemente porque mandar a callar a Gerson Martínez no parecía tan mala idea, ya que su enmielada retórica sobre asuntos como finanzas públicas -que más bien requieren conocimiento y análisis- ya nos tenía a muchos al borde del mareo.
Otros aplaudieron porque sintieron alivio que el presidente electo hiciera verdad de su promesa de no dejar que el FMLN enturbiara los asuntos macroeconómicos del país y las relaciones con los organismos financieros internacionales. Les parecía positivo que Funes desautorizara al FMLN, desautorizando al diputado Gerson Martínez quien se estaba metiendo en cosas que no entiende y que no le competen.
A otros les causó alegría la manera tan humillante que Funes pusiera en su lugar al dirigente del FMLN, porque lo ven como muestra de las crecientes tensiones entre el presidente electo y su partido - o sea, como muestra de debilidad del proyecto político FMLN-Funes. Todas estas manifestaciones de alegría por el mal ajeno son perfectamente entendibles.
Sin embargo, el inédito método del presidente electo de comunicarse con sus más cercanos colaboradores vía desplegados de prensa debería, en vez de causarnos alegría, provocarnos profunda preocupación sobre el nuevo estilo de gobernar de Mauricio Funes.
En ninguna parte del mundo se ha visto que un mandatario use este método humillante para imponer su autoridad sobre sus asesores o colaboradores. De hecho, Funes no tenía ninguna necesidad de publicar desplegados en los periódicos para corregir una declaraciones de uno de los principales asesores. Podía haberle hablado por teléfono a Gerson Martínez exigiéndole que él mismo corrigiera sus infortunadas declaraciones sobre el refinanciamiento. Podía haber dado una conferencia de prensa hablando de un malentendido por parte de Gerson Martínez y exponiendo la linea oficial del presidente electo.
El hecho que el presidente electo no corrigió sino desautorizó a unos de sus principales asesores, y que lo haya hecho de la manera más humillante, más autoritario, más egocéntrico posible, habla mucho del estilo de conducción del futuro presidente.
Si por una parte existe la preocupación de que el FMLN iba a tener excesiva influencia sobre las decisiones del gobierno, ahora surge por otra parte la preocupación -no menos inquietante- de un liderazgo unipersonal incapaz de tolerar opiniones independientes dentro de su gobierno.
¿Acaso no es preocupante que un presidente se ve obligado a movilizar la opinión pública para imponerse sobre sus ministros y sobre su partido? Porque significa que entre presidente y gabinete, entre presidente y partido de gobierno no hay confianza, no hay debate franco, no hay diálogo. Significa que el presidente exige a su equipo de gobierno sumisión.En este contexto, la conformación del gabinete del primer gobierno del FMLN cobra singular importancia.
Los últimos años tuvimos un gobierno con poca capacidad de debate con su presidente, con pocos personajes fuertes y de criterio independiente. Eso no ha sido muy positivo, porque tener un presidente fuerte es una ventaja, pero si es a costa de tener ministros débiles sin capacidad ni valor de sostener propias posiciones, se vuelve desventaja para el país. Parece que en este sentido, aunque haya alternancia, no habrá cambio.
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