Escrito por Joaquín Samayoa/ Columnista de LA PRENSA GRÁFICA
En los 10 días que han transcurrido desde la elección presidencial, hemos observado una variada gama de reacciones, algunas de ellas muy interesantes. Lo lógico es que los que ganaron se sientan felices y los que perdieron se sientan molestos, pero este país es realmente sorprendente. Ahora resulta que muchos de los que perdieron no sienten que han perdido y muchos de los que ganaron no sienten que han ganado.
Empecemos por los primeros, que son los más fáciles de comprender. Votaron contra el FMLN, más que por ARENA. Estaban insatisfechos con ARENA y rechazaron los intentos de asesinato moral contra los candidatos del FMLN, pero no ignoraron las advertencias sobre la afinidad ideológica del FMLN con regímenes como el de Hugo Chávez y Daniel Ortega. Votaron contra el FMLN pero tenían una valoración positiva de su candidato y, ante el triunfo de Mauricio, para sorpresa de ellos mismos, no se sienten descorazonados ni afligidos. Tal vez secretamente deseaban que eso ocurriera y las primeras actuaciones del presidente electo los han llevado a pensar que está bien que haya ocurrido.
La diferencia entre los votos obtenidos por uno y otro candidato fue pequeña, pero sería un error interpretar esas cantidades como muestra de respaldos sólidos y casi equilibrados a uno y otro partido. En el cúmulo de votos por ARENA se esconden muchos votos de temor al FMLN y el consolidado de votos por el FMLN contiene también muchos votos de castigo a ARENA.
No sabemos cuántos votos fueron de afinidad y cuántos de rechazo a los partidos contendientes. Es difícil saber si alguno de ellos realmente ganó. Lo único cierto es que ganó el candidato que se proyectó de manera más genuina como un factor de ruptura con una determinada forma de hacer política. Esa era la esencia del cambio que la gente tanto anhelaba. No era sólo ni principalmente un cambio de partido. Era un cambio a favor de los ciudadanos comunes y corrientes, especialmente de aquellos que han estado más marginados de los beneficios del desarrollo económico y social. En cierto sentido, lo que ocurrió el 15 de marzo fue una rebelión ciudadana contra la partidocracia.
No pretendo trivializar la contribución histórica del FMLN al triunfo de Mauricio Funes. Creo que Mauricio no hubiera llegado muy lejos si se hubiera amparado en otra bandera y eso no debe olvidarlo el nuevo presidente. Lo que estoy afirmando es que los errores de ARENA y los respaldos con que cuenta el FMLN no explican por sí solos lo que ocurrió el pasado 15 de marzo, ni las reacciones de cauteloso optimismo que hemos observado en sectores que, sin ser de derecha, ordinariamente desconfían del FMLN.
Los factores partidarios tampoco explican los ceños fruncidos y las ansiedades postelectorales en algunos sectores del bloque de izquierda. Mauricio Funes tiene, entre otras, dos cualidades que han desconcertado a la gente más ideologizada en ambos bandos. Esas cualidades, el realismo de su visión política y la firmeza de su carácter, están convirtiendo a algunos creyentes en escépticos y a algunos escépticos en creyentes. Mientras unos temen que el presidente electo se siga saliendo del guacal, a otros les da confianza que lo haga, aunque sería mejor que lo hiciera con un poco más de tacto.
El problema de la izquierda no es que Mauricio Funes vaya a diluir su compromiso con unos ideales. Lo que ciertamente va a ocurrir es que pondrá esos ideales por encima de la pureza ideológica y buscará en cada momento las mejores posibilidades que le ofrece la realidad para avanzar en la consecución de sus ideales. Esa es la diferencia fundamental entre el realismo político y el radicalismo abstracto del que se ufanan aquellos a quienes el mismo Lenin habría acusado de infantilismo izquierdista.
Lo propio de las ideologías es forzar la realidad hasta hacerla encajar en unos moldes preconcebidos. Quienes entienden la acción política de esa manera, tienen razón para sentirse ansiosos con un presidente que se perfila como promotor no de una izquierda “light”, sino de una izquierda realista, que no es lo mismo.
Hay otro tema que puede generar distanciamiento entre el presidente Funes y el FMLN. Una forma de entender la democracia es la que define nuestra Constitución, la que el nuevo presidente se ha comprometido a respetar. Otra es la que prescriben los manuales marxista-leninistas, en la cual el “partido de vanguardia” anula a la oposición, reemplaza gradualmente al Estado y se erige como único intérprete de la voluntad popular.
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