Escrito por Federico Hernández Aguilar/ Escritor y colaborador de LA PRENSA GRÁFICA
El sufragio es clave, sin duda, pero solo alcanza su plenitud democrática cuando se cumplen, previamente, una serie de condiciones. Grandes tiranías en la historia de la humanidad fueron respaldadas, al principio, por abrumadoras mayorías, con sus consecuentes endosos en las urnas. En ninguno de estos casos, sin embargo, terminó respetándose la voluntad de los que emitieron el voto, que seguramente deseaban, entre otras cosas, seguir votando libremente en el futuro.
Usted y yo, amigo lector, tenemos mañana una cita con la historia. Muchas cosas importantes están en juego, precisamente porque los seres humanos jamás deberíamos jugar con la democracia o la libertad, valores fundamentales que nos convierten en dueños de nuestro destino y a nuestras naciones en propietarias legítimas del desarrollo.
Variados análisis, lucubraciones, ataques y controversias han tenido lugar durante la campaña electoral que agoniza. Todo ello, empero, desemboca por fin en el día de mañana, cuando los ciudadanos que estemos en condiciones de hacerlo vayamos a las urnas y elijamos a nuestras máximas autoridades ejecutivas. Es apenas un día, pero que pone fin a los casi cuatrocientos que nos tomó conocer a los candidatos, escuchar sus argumentos, evidenciar sus fortalezas y debilidades y, ojalá, analizar sus propuestas. Un domingo apenas; pero un domingo como pocos.
Es muy significativo lo que estamos en vísperas de definir. Para cuando mañana se ponga el sol, los salvadoreños habremos resuelto no solo una bifurcación más de plataformas políticas, sino también el cruce de dos modos de pensar, dos maneras de entender el mundo y dos visiones radicalmente distintas de asumir la libertad humana e interpretar los valores democráticos. Hay bastante filosofía detrás de esto, pero no es por razones filosóficas que debemos votar. Nos corresponde hacerlo en razón del interés que tenemos en nuestra propia prosperidad, como individuos y como nación. Nada debería importarnos más.
Las reflexiones que en los últimos días hemos hecho, en la intimidad de nuestras conciencias, nos conducirán irremediablemente a una inflexión histórica. En países como el nuestro, toda elección presidencial comporta notables avances o retrocesos, dependiendo de la categoría con que jerarquizamos las virtudes de la democracia. Esa batalla de ideas e intuiciones tiene lugar en el interior de cada ciudadano, ahí donde el ruido de la campaña, aunque sea muy fuerte, no puede penetrar sin nuestro consentimiento. Y es ahí, en ese ámbito tan individual y a la vez tan decisivo, donde comienzan o terminan nuestras posibilidades de ser protagonistas de la historia.
Los que decidimos intervenir en este proceso electoral, amparados en la libertad de opinión que gozamos en el país, lo hemos tratado de hacer en función de lo que creemos correcto. En mi caso personal, ha sido una forma de asumir mi responsabilidad como ciudadano que trata de informarse. Por eso me preocupa que haya candidatos, políticos y seudo-intelectuales que se atrevieran a negarle contundencia a mis argumentos y reflexiones a partir del cargo gubernamental que ocupo, como si el derecho a la opinión tuviera que estar restringido por el servicio público. Juzgar mis intervenciones (y las de otros funcionarios) bajo este rasero equivale a tener un concepto muy limitado de la democracia y sus alcances.
La democracia no es una amalgama más o menos uniforme de idealismos, sino una suma de voluntades. Así como no se puede ser democrático sin comprender que todos –sin excepción– tenemos una responsabilidad ineludible en la construcción del país y sus instituciones, tampoco es inteligente reducir la democracia a una sola de sus expresiones políticas: el voto.
El sufragio es clave, sin duda, pero solo alcanza su plenitud democrática cuando se cumplen, previamente, una serie de condiciones. Grandes tiranías en la historia de la humanidad fueron respaldadas, al principio, por abrumadoras mayorías, con sus consecuentes endosos en las urnas. En ninguno de estos casos, sin embargo, terminó respetándose la voluntad de los que emitieron el voto, que seguramente deseaban, entre otras cosas, seguir votando libremente en el futuro. Un proceso electoral, por lo tanto, puede muy bien ser utilizado para echar a andar procesos reñidos con la democracia misma.
Pero así como la democracia no está garantizada únicamente por las elecciones, también es verdad que no puede existir democracia sin elecciones libres. De ahí que los valores en que afincamos la democracia y la libertad tengan la importancia que algunos hemos querido hacer notar a lo largo de esta campaña. Ciertamente, no todos entendemos la democracia y la libertad de la misma manera. Por eso, aunque las palabras democracia y libertad se encuentran, hoy por hoy, en sendos discursos electorales de ARENA y el FMLN, las diferencias sustanciales debemos buscarlas en la aplicación práctica de estos conceptos.
¿Manejan igual sus disidencias ARENA y el FMLN? ¿Quién acepta mejor las críticas y las incorpora a sus propuestas políticas? ¿Cuál de los dos partidos se muestra, en los hechos, más abierto a defender la libertad de expresión o de credo, por hablar de dos derechos fundamentales?
A la luz de estas interrogantes, por mucho que un candidato nos hable de libertad, no podemos confiar en alguien que recurre constantemente a la autocensura como estrategia político-electoral. Aunque él sea incapaz de reconocerlo, eso se llama incoherencia. Y la incoherencia, cuando hay democracia y libertad, suele ser duramente castigada en las urnas.
Saturday, March 14, 2009
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