Tuesday, June 23, 2009

ABRIL ROJO


Desde Washington DC
Por Walter Monge-Cruz
www.comisioncivicademocrativa.org
waltermonge@comisioncivicademocratica.org

El desprevenido candidato presidencial liberal dio paso firme en el andén, observó perplejo el cañón de su asesino y tres estruendosos ecos paralizaron la vida cotidiana de la ciudad para pronunciar una muerte que encendería la llama revolucionaria en Latinoamérica. Era el nueve de abril de un tiempo que antecede mi creación, pero que, sería causa de ideales que amoldarían las condiciones de vida de las generaciones por surgir.

Los relatos históricos señalan que ese día en Bogotá se efectuaba la IX Conferencia Panamericana de Países, la cual, a su conclusión se convertiría en la Organización de Estados Americanos – OEA. La delegación estadounidense, tenía como objetivo, convencer a los países participantes a que elaboraran un acuerdo que declararía al comunismo como una actividad ilegal en el continente. Para contrarrestar esta iniciativa, considerada intervensionista por varios movimientos estudiantiles en el continente, el presidente del Comité Pro Democracia Dominicana de la Federación Estudiantil Universitaria – FEU de la Universidad de la Habana, Fidel Castro, en su calidad de delegado a la IX Conferencia Panamericana, viajó a Bogota, para organizar un congreso latinoamericano de estudiantes y organizar una manifestación estudiantil anti estadounidense que planeaba culminar en la plaza de Bolívar con un discurso del candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán, quien no cumpliría con el compromiso, debido a su fatídico asesinato ese día.

El destino, concedería a Fidel Castro y otros estudiantes como el argentino Ernesto “Che” Guevara – quienes unos años más tarde se convertirían en líderes emblemáticos de la revolución socialista continental – la oportunidad de coincidir como testigos y protagonistas de este momento trascendental de la historia latinoamericana. La manifestación pacífica sería reemplazada por una sangrienta lucha callejera del pueblo colombiano, que culminaría con la inmolación del asesino, saciando la sed de justicia de un pueblo oprimido; la incineración y saqueo de una ciudad dominada por la oligarquía histórica y el alzamiento armado de revolucionarios ávidos de gloria.

Durante esa noche negra, como la llamó el laureado testigo, Gabriel García Márquez. Fidel Castro terminaría en la quinta división de la policía nacional, tratando de convencer a los jefes de la guarnición y oficiales sublevados a que salieran a la calle a restituir el orden público y crear un sistema político más justo. Sin duda, para Castro, este acontecimiento dramático del pueblo latinoamericano, durante sus primeros años de formación política fue decisivo. Ese día de abril no es rojo únicamente por la sangre derramada por miles de cadáveres que bañaron las calles de Bogota, sino porque, a partir de esa sublevación popular, nacerían los sentimientos de sangre de una generación que mancharía con su color al continente y encontraría en el socialismo y el comunismo la causa para izar y ondear impávidamente las banderas rojas.

El joven idealista cubano, quien medió por una transformación democrática en República Dominicana, instigó un cambio justo en la sociedad colombiana y arriesgó su vida en la Sierra Maestra, proponía con estas acciones derrotar dictaduras y promover sociedades justas, ecuánimes y equitativas. Su influencia en Latinoamérica es tan grande como la de Bolívar. Su revolución ha provocado que días como el 9 de abril de 1948, se repitan por todo el continente, a través de su contribución ideológica y militar a grupos revolucionarios. En su conciencia descansa la sangre de cientos de miles de latinoamericanos. Unos murieron seducidos por sus discursos ideológicos y propósito histórico, otros, fueron la consecuencia del odio de sus ideas.

Pero, ¿Cómo se encuentra el estado del pueblo latinoamericano sometido a su ideario político?

Ese pueblo se encuentra viviendo la soledad, esa soledad latinoamericana que el gran Gabo inmortalizó. Los cien años de soledad, de este testigo, en su carácter profético, continuarán multiplicándose en cada una de sus tristes verdades y estrepitosas calamidades, siglo tras siglo, porque, aún, los precursores de la nueva utopía que este genial intelectual visionó, no surgen, como surgieron en ese abril sangriento, los caudillos que llegarían a seducir el continente con épicas batallas revolucionarias, pero que lastimosamente, con todo el esplendor de sus liderazgos y poder, las formas de vivir y hasta de morir de sus pueblos, siguen siendo decididas de la misma manera imperecedera de la historia que condenaron, condenando así, nuevamente a todas las estirpes, sin dar tregua y mucho menos otorgando una segunda oportunidad como lo ambicionó este laureado testigo del abril rojo años después en un espléndido proscenio en Suecia.

La soledad y aislamiento que vive el pueblo cubano, la opresión política que somete al pueblo venezolano y el subdesarrollo tercermundista que agobia perennemente a los países socialistas, atestiguan el legado de esta fase de la revolución latinoamericana. Latinoamérica ha sido sujeta a subsistir las consecuencias de la opresión de dictaduras oligarcas como la que ejemplarizó Rafael Leonidas Trujillo y las dictaduras proletarias que, aun, ejemplifica, Fidel Castro.

Los ideales revolucionarios del siglo pasado formaron una utopía seductora, que cambió la política latinoamericana, los primeros pasos de democracia fueron dados en muchos países, pero ahora, ese importante paso es amenazado por la ambición de individuos que desean gobernar indefinidamente e imponerse como dictadores, así, los casos de Hugo Chávez, Rafael Correa, Daniel Ortega y Manuel Zelaya, entre otros.

La consecuencia mayor de esta lucha de poder entre las extremas políticas antagónicas latinoamericanas, sin duda, es la emigración de millones, quienes representan una fuerza laboral e intelectual que impulsa las economías de los países desarrollados en el primer mundo y contribuyen sin querer con sus remesas a mantener estos sistemas políticos debido a los lazos familiares.

De ese pueblo llamado “Diáspora” debería surgir la nueva utopía que Gabriel García Márquez vislumbró, no como un argumento literario mágico, sino como una realidad posible, para darle una segunda oportunidad a Latinoamérica.

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