La mejor novela salvadoreña de los últimos años se titula “El perro en la niebla”, y fue publicada en España por la editorial Verbigracia. La mala noticia es que posiblemente nunca llegue a las librerías nacionales. Su autor, el poeta Roger Lindo, ha llegado al país por unos pocos días para echar una mirada al proceso político y social que está viviendo El Salvador. Esto me da ocasión para escribir unas palabras sobre esta obra.
La novela cuenta el “despertar” de Guille, un día lunes, y el cambio que experimenta su vida a partir de ese momento, puesto que ha decidido fundirse con las muchedumbres de obreros, trabajadores agrícolas, estudiantes y maestros que avivaban la hoguera donde comenzaba a arder el autoritarismo salvadoreño del siglo pasado.
Quien espere que esta sea otra novela testimonial que celebra los actos heroicos de los luchadores sociales, se llevará una decepción. Lo que tenemos es la historia magníficamente contada del encuentro y el desencuentro de un joven y una joven que pertenecen a dos mundos que solo pueden acariciarse en medio de una catástrofe. Ese romance es también una de las mejores pruebas de que la sociedad está viviendo una transformación. Su separación y la manera en que se olvidan es uno de los síntomas de la fragmentación que protagonizaban.
Sobre todo es la historia de una búsqueda personal. Si el libro tiene una clave, esta se encuentra en sus primeras páginas: Guille, el protagonista de la historia, sale por primera vez del local sindical que se convertirá en su base de operaciones, y dice: “Sentí como si hubieran transcurrido veinte años. Igual le pasó a Rip Van Winkle...”.
La historia de Rip, escrita por Washington Irving, como la de Guille, también tiene como marco los días de una Revolución, en aquel caso la Americana. Vecino bondadoso y esposo sumiso, Rip recorría bosques y pantanos acompañado de su fiel perro. Un día se duerme bajo un árbol y cuando despierta descubre que han pasado veinte años. Exclama: “Todo ha cambiado. Yo he cambiado y ya no puedo decir quién soy ni cómo me llamo”.
La historia de Guille es una nueva metáfora de la iniciación, entendida como la incursión de la conciencia en nuevas dimensiones de la realidad. En ese camino descubrirá que el espacio que separa a los seres benignos de los perversos es más angosto que el filo de un cabello. Él mismo, ansioso de humanidad, se mirará descender a la escala animal.
La vida que comienza aquel lunes le depara muchas batallas. Guille ingresará en el mundo de los tapabalas, contemplará los chorros multicolores que se desprenden de las flotillas de helicópteros y se ceñirá en abrazo mortal al cuerpo de muchachas en improvisadas catacumbas.
Aunque se imagina condenado a vivir una vida breve, Guille no mira aquella lucha con la certeza de que está empujando un carro por la senda del progreso. Sus únicas certezas son que lo ignora todo sobre la condición humana y que aquella época que le había tocado vivir “era una máquina en reversa, sin frenos y sin manubrio”, lo cual la otorgaba una emoción desconocida.
Sin embargo, ante la máxima de su tío según la cual “si uno no es revolucionario cuando joven es por falta de corazón, y si no es conservador cuando viejo es por falta de cabeza”, Guille optaba por seguir siendo siempre joven. La eterna juventud de Guille es quizás la que ha traído de regreso a nuestro amigo Roger Lindo, aunque sea solo por unos días, a El Salvador.
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